Ayer mi hijo Daniel me preguntó que por qué un billete con el dibujo de un cinco valía más que una moneda con un cincuenta. Yo no sé si hacía este tipo de preguntas a mis padres. Creo que en casa no se hablaba mucho de dinero… era algo feo. Nunca entendí muy bien por qué.

Con mis hijos hemos decidido que sí, que vamos a hablar de dinero. De entrada quiero que sepan que el dinero no es ni bueno ni malo; solo una forma de poner valor al intercambio de las cosas, para no tener que andar todo el día haciendo trueque. Siempre les insisto que lo más importante no se puede comprar: el amor, la amistad, los sentimientos…

Y otra: “Papá, ¿qué es ahorrar?”. Pero esta me la sabía. “Ahorrar es guardar el dinero que tienes hoy para poder usarlo más adelante.” Para explicárselo de una forma práctica le propuse a Daniel que cogiera un papel y un lápiz y apuntara las 10 cosas que más deseara y que costaran dinero. En la lista quedaron: un juego de consola, una bici de mayores, un móvil... Luego miramos todo eso en internet, vimos qué precio tenía, él decidió qué deseaba más y vio cuánto tenía que ahorrar cada semana para poder comprarlo. Luego buscamos un bote para que dejara el dinero. Aunque probablemente en breve le abra una cuenta corriente, para que vaya viendo en cada momento qué cantidad tiene.

El día que Daniel cumplió siete años le dije: “vamos a tener una conversación de padre a hijo”. Me miró un poco raro, pero era importante y quise hacerlo solemne.

Le expliqué que a partir de ahora recibiría una paga. Quiero que aprenda a administrarse. Así cuando reciba su paga podrá decidir si quiere gastarlo en el momento o guardarlo para comprarse algo más grande más adelante. O hacer como su hermana, que divide la paga en tres partes, una para gastar en el momento, una para ahorrar y una para ayudar a los demás, ella es así. A medida que vayan creciendo les aumentaré la paga… y pasaré de hacerles un pago semanal a uno mensual, así pueden ir experimentando qué significa llegar a fin de mes. Y que tengan más libertad cuando sean mayores para administrarse ellos mismos.

Y luego, siempre que vamos a un restaurante, cuando nos traen el ticket revisamos lo que nos van a cobrar. Ana, que es mayor, lee los platos y Daniel, los números. Nos hacemos algún que otro lío, pero es importante para que aprendan a comprobar cuánto van a gastar. Hay que revisar que no nos cobren de más, o de menos, claro. ¡Con los niños hay que ser legal!

También intentamos tenerlos entretenidos cuando vamos de compras, para que no den tanto la lata. Los enviamos en misiones especiales entre estante y estante: “a ver quién encuentra las lentejas más baratas”. Cuando sean mayores, quiero que aprendan cómo funciona la factura de la luz, ¡y si lo consiguen, que me lo expliquen a mí! Que conozcan sus derechos y sus obligaciones como consumidores les convertirá, espero, en personas responsables.